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El Amargo Obrero es uno de esos nombres que forman parte de la geografía de nuestra infancia. Lo hayan tomado o no nuestros padres, siempre estuvo ahí y no es casual: se fabrica desde 1887 y su cuna fue la febril Rosario de fines del siglo XIX, saturada de buques, de silos y de hombres que llegaban hasta aquí a “hacerse la América”.
Los italianos traían en su memoria (y algunos hasta en sus valijas) el recuerdo de una bebida hecha de hierbas y con muy poco alcohol, el famoso “amaro” (amargo). Pues bien, dos de ellos (Pedro Calatroni y Hércules Tacconi) se encontraron un día en Rosario. Uno era empresario y el otro, contador. Decidieron unirse para elaborar una bebida dirigida especialmente a los varones trabajadores que pululaban por la ciudad en esos días. Y establecieron que, por contraste con las bebidas dulzonas que tomaba la burguesía, esta nueva bebida fuera fuerte, amarga, contundente.
Mezclaron para eso cerca de 45 hierbas venidas de Córdoba y de Entre Ríos (la carqueja, la muña muña, la manzanilla ), un poco de orozú –una especie de caramelo- y apenas 19% de alcohol. El resultado ya es historia: un aperitivo para tomar en el bar al salir del trabajo y antes de ir para casa. ¿Para mezclar con qué? Sólo con soda. ¿Qué más se necesitaba?